Y en el momento que entro a la
habitación fue como si pudiera leer en sus ojos, él era un total extraño para
mí, pero yo podía ver el largo camino que había recorrido, un camino descalzo,
por los caminos fríos, donde las rosas estaban llenas de espinas y la eterna
madrugada de la noche caía como un denso manto sobre él.
Yo lo leía a la distancia, todo
en él era una pista de la carga que pesaba sobre sus hombros, del destino y sus
azares. De pronto se acercó a conversarme, él sabía que lo leía porque él podía
leerme aun cuando yo intentaba esquivar la mirada.
Yo esperaba el momento de que por
alguna ocurrencia mía una sonrisa escapara de sus labios. Y así se fue la noche
entre cantos de sirenas que se alzaban a la luna llena.
De pronto un frío viento nos
sobre cogió. Él intento rodearme con palabras que abrazaron mi mente y por un
momento me mantuvo tibio, intento mirarme a los ojos, pero los míos se
resistían a dejarlo entrar y trate de marcar mi distancia, pero jamás se
rindió.
Su voz me abrazo hasta que mis
ojos se estrellaron en los suyos, ya no había nada que esconder, nada que
ocultar él me leía.
Él vio sin reparo mi oscuridad,
mis miedos, mi alma marchita y malgastada por tanto pesar de días pasados,
estériles sin fruto, sin nada que cosechar y me mostró sus miedos, sus
debilidades, sus días negros, su alma empolvada y olvidada.
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